May 22, 2010

La Pedagogía del Amor una Alternativa para la Educación del Siglo 21


Cuando apenas me estrenaba como profesor universitario –siendo más joven que la mayoría de mis alumnos- asigné a mis estudiantes escribir un ensayo que describiera cómo alguna persona común había impactado positivamente sus vidas ayudándoles a mejorar su propia personalidad. Para mi sorpresa uno de mis discípulos tituló su ensayo “El Efecto Gilvic Carmona”, implicando que la relación con su maestro lo había ayudado a superarse. Más allá de sentirme halagado o considerarme como un profesor “Top of the line”, este incidente me forzó a reflexionar sobre la gran responsabilidad que tenía sobre mis hombros. Examinando que soy un ser imperfecto, confieso que sentí algo de pavor, puesto que cualquier pensamiento o conducta de mi parte sería tomada por mis estudiantes, si no necesariamente como ejemplo, al menos como posible paradigma en el empeño de fijarse una ruta intelectual o conductual . De manera que mi proceder y mis ideas tenían que ser evaluados con mucho rigor. Le pregunté en una ocasión al estudiante qué lo inspiro a seleccionarme como esa figura emblemática en su vida y su respuesta fue la siguiente: “Primero, pienso que usted nos ha hecho sentir que somos únicos e importantes”; “También que no se ha mostrado autoritario al expresar sus ideas aunque por alguna razón reconocemos su autoridad”; “No se ha guardado sus conocimientos para usted, sino que ha compartido cuanto ha podido”; pero lo más importante es que “Nos ha hecho sentir que podemos sobrepasar cualquier obstáculo que nos impida alcanzar nuestros anhelos solo si creemos en nosotros mismos”.
No puedo dejar de lado mi propia experiencia como educando. En una ocasión conversando con uno de mis profesores de humanidades a quien considero mi gran amigo y maestro, me di cuenta que el privilegio de servir a los demás era el acto supremo. Cada persona es un santuario y que
debemos ser solemnemente respetuosos al hacerlo. Esta reflexión inspirada en el Éxodo, me impactó de tal forma que he tratado de incorporarlo a mi rol como docente.
“Quítate las sandalias para entrar a pie descalzo en el corazón de tu hermano [alumno], con mucha delicadeza y cuidado, porque esa también es tierra sagrada, porque en lo profundo de su corazón es también donde yo habito, no sea que lo vayas a pisar y hacerle doler; entra, maestro, con un cuidado único en sus sentimientos y en su historia, entrar a pie descalzo es la única forma de amar, de aceptar, de respetar, de acoger y de transmitir mi mensaje de amor.”
La pedagogía del amor cumple precisamente esa encomienda. Coincidentemente, esta postura concurre con los seguidores de Paulo Freire y Bell Hooks, este último autor del libro Teaching Comunity: A Pedagogy of Hope (2003) quienes planteaban que la educación es el instrumento más importante, cuya finalidad debe ser promover totalmente la defensa por la dignidad humana. Abraham Maslow, por su parte lo llamó la autorrealización. Es el estado que permite al individuo liberar su potencial. Para que este nivel pueda ser alcanzado por el educando el entorno dentro del aula debe ser uno que permita el flujo de ideas, emociones y sentimientos entre los maestros y los estudiantes a través de una efectiva comunicación (palabra de origen latino, “communicatio” que significa, participar en algo común). El aula debe ser un entorno justo, centrado en el estudiante, confiable y de buena voluntad. Esta comunidad no es solo la intelectual, sino la afectiva y la de la búsqueda de fines comunes. Propiamente, como ya expresado, el amor es la forma suprema en que se expresa la conatividad o tendencia a la acción. Comenzando ésta por la humilde acción refleja, y desarrollándose en las acciones instintivas que compartimos con los demás animales, alcanza su plenitud humana en la decisión personal y libre de procurar el bien del otro.
Humberto Maturana, máximo exponente de la biología del amor, sostiene al igual que su colega Francisco Varela que tanto los estudiantes como los maestros son el factor máximo que sostiene la educación. En palabras de Maturana (2001)9 “Para que niños y educadores colaboren para sostener el sistema de educación hemos de operar en relación con nuestros niños el auto-respeto y autoamor”. “El niño aprende más de lo que vive que de lo que se dice”. Esta reflexión es tanto más importante en una época en que el papel del maestro en lo intelectual es ocupado simultáneamente por nuevos elementos en una sociedad tecnológica, sin que, en el mismo grado, esos medios alcancen a jugar el mismo rol en los aspectos del vínculo afectivo y la solidaridad.
El proceso de enseñanza-aprendizaje, como hemos planteado a lo largo de este trabajo, se ocupa de las personas y de su interacción en busca de conocer la verdad como parte de su dignidad humana. Sería preciso entonces, percatarnos que cuando observamos a nuestros estudiantes debemos trascender la dimensión cognoscitiva (tanto en lo más propiamente intelectual como en lo que releva de la fantasía) entendiendo que éstos también tienen un cuerpo, en el que estriba la dimensión afectiva (las emociones y sentimientos), una necesidad de forjar propósitos y tomar decisiones personales, y una dimensión social que forman parte de su existencia, igual a las nuestra, diferenciada de ella, si acaso, por las dimensiones cultural y generacional.
Debemos preguntarnos entonces: ¿Cuál debe ser el rol de los profesores desde una perspectiva de la pedagogía del amor?
1. El profesor no debe olvidar o desechar los fundamentos esenciales del proceso de enseñanza-aprendizaje. Todo curso debe ser planificado, debe tener objetivos claros y medibles. Además, debe tener una metodología de enseñanza.
2. Debe promover una actitud motivadora en el estudiante para que aumente el interés por superar la adversidad. El maestro reconoce que esa metodología de la que hablábamos hace un momento no se desentiende de las características individuales y psicológicas producto de la relación educando-educador. Como tampoco de la propia historia, experiencias y expectativas del docente. Es de notar que si en el aspecto intelectual hay una natural convergencia en la visión de los temas estudiados, el mundo de la vida afectiva, de las satisfacciones preferidas, de la orientación del servicio al otro y de la búsqueda de propósito suelen tener proyecciones y grados diferentes y deben responder a condiciones personales ampliamente divergentes. El encanto personal puede residir en la diferencia y todos debemos tener flexibilidad en la aceptación de quien acentúa su otredad.
La pedagogía del amor, más que una teoría o técnica de enseñanza es una decisión, una forma de ser que promueve la auto-reflexión, la entrega al otro, la empatía. El eje central de esta actitud es, en palabras de Carl Rogers, el “aprecio positivo incondicional” en el que el educador reconoce y acepta al educando tal y como es. El maestro debe mirarse así como un facilitador del proceso de enseñanza, trazar el camino para que el alumno elija su propio destino estableciendo sus propias metas existenciales. No obstante, el docente es clave. Es, como subrayaba Vigotsky, el Otro adulto representante del cuerpo social que ayuda en el factor de socialización que tiene la educación. Así se impacta de manera positiva al educando, concientizándolo sobre su responsabilidad por las propias decisiones.